A propósito de um texto do jmf no Público, e do debate que se segui no Blasfémias , aqui ficam umas passagens magistrais de José Enrique Rodó (1872-1917) , que me vieram parar às mãos.
O jacobinismo e a necessidade de se retirarem os crucifixos dos hospitais, em nome do laicismo.
Novela antiga; esta foi a resposta escrita em 1906.
(...)
Mais à frente- o dedo na ferida na "liberdade idndividual", contra o sentido Histórico e colectivo de um povo:
E aqui- a génese do espírito jacobino- a legitimidade da intolerância:
José Enrique Rodó, Liberalismo y jacobinismo, 1906 (versão online )
O jacobinismo e a necessidade de se retirarem os crucifixos dos hospitais, em nome do laicismo.
Novela antiga; esta foi a resposta escrita em 1906.
«Sentado el derecho que militaba para la permanencia, y militaría para la reposición, de las imágenes de Cristo, en las salas del Hospital de Caridad, paso á examinar las consideraciones con que el desconocimiento de ese derecho se autoriza.
Todos sabemos la razón falaz de libertad y tolerancia que se invoca para cohonestar la real intolerancia de la expulsión: se habla del respeto debido á las creencias ó las convicciones de aquellos que, acogiéndose á la protección del hospital, no crean en la divinidad de la imagen que verían á la cabecera de su lecho. La especiosidad de la argumentación no resiste al más ligero examen. Si de garantizar la libertad se trata, impídase, en buenhora, que se imponga ni sugiera al enfermo la adoración ó el culto de esa imagen; prohíbase que se asocie á ella ningún obligado rito religioso, ninguna forzosa exterioridad de veneración siquiera: esto será justo y plausible, esto significará respetar la inmunidad de las conciencias, esto será liberalismo de buena ley y digno de sentimiento del derecho de todos. Pero pretender que la conciencia de un enfermo pueda sentirse lastimada porque no quiten de la pared de la sala donde se le asiste, una sencilla imagen del reformador moral por cuya enseñanza y cuyo ejemplo—convertidos en la más íntima esencia de una civilización—logra él, al cabo de los siglos, la medicina y la piedad: ¿quién podrá legitimar esto sin estar ofuscado por la más suspicaz de las intolerancias?»
(...)
Mais à frente- o dedo na ferida na "liberdade idndividual", contra o sentido Histórico e colectivo de um povo:
«Para que la simple presencia de esa efigie sublevase alguna vez el ánimo del enfermo, sería menester que las creencias del enfermo involucrasen, no ya la indiferencia ni el desvío, sino la repugnancia y el odio por la personalidad y la doctrina de Cristo. Demos de barato que esto pueda ocurrir de otra manera que como desestimable excepción. ¿Podría el respeto por ese sentimiento personal y atrabiliario de unos cuantos hombres prevalecer sobre el respeto infinitamente más imperativo, sobre la alta consideración de justicia histórica y de gratitud humana que obliga á honrar á los grandes benefactores de la especie y á honrarlos y recordarlos singularmente allí donde está presente su obra, su enseñanza, su legadoinmortal?…»
Lo que la conciencia de un pueblo consagra, y aún más lo que la conciencia de la humanidad consagra como juicio definitivo y sanción perdurable, tendrá siempre derecho á imponerse sobre toda disonancia individual, para las manifestaciones solemnes de la rememoración y la gloria.
Hablemos con sinceridad; pensemos con sinceridad. Ningún sentimiento, absolutamente ningún sentimiento respetable se ofende con la presencia de una imagen de Cristo en las salas de una casa de caridad.»
E aqui- a génese do espírito jacobino- a legitimidade da intolerância:
«Pero el jacobinismo, que con relación á los hechos del presente tiene por lema: «La intolerancia contra la intolerancia», tiene por característica, con relación á las cosas y á los sentimientos del pasado, esa funesta pasión de impiedad histórica que conduce á no mirar en las tradiciones y creencias en que fructificó el espíritu de otras edades, más que el límite, el error, la negación, y no lo afirmativo, lo perdurable, lo fecundo, lo que mantiene la continuidad solidaria de las generaciones, perpetuada en la veneración de esas grandes figuras sobrehumanas—profetas, apóstoles, reveladores,—que desde lo hondo de las generaciones muertas iluminan la marcha de las que viven, como otros tantos faros de inextinguible idealidad.»
«Si la intolerancia ultramontana llegara un día á ser gobierno, mandaría retirar de las escuelas públicas el retrato de José Pedro Várela.—¿Qué importa que la regeneración de la educación popular haya sido obra suya? No modeló su reforma dentro de lo que al espíritu ortodoxo cumplía; no tendió á formar fieles para la grey de la Iglesia: luego, su obra se apartó de la absoluta verdad, y es condenable. No puede consentirse su glorificación, porque ella ofende á la conciencia de los católicos!—Esta es la lógica de todas las intolerancias.
La intolerancia jacobina—incurriendo en una impiedad mucho mayor que la del ejemplo supuesto, por la sublimidad de la figura sobre quien recae su irreverencia,—quiere castigar en la imagen del redentor del mundo el delito de que haya quienes, dando un significado religioso á esa imagen, la conviertan en paladión de una intolerancia hostil al pensamientolibre. Sólo ve en el crucifijo al dios enemigo, y enceguece para
la sublimidad humana y el excelso significado ideal del martirio que en esa figura está plasmado. ¿Se dirá que lo que se expulsa es el signo religioso, el icono, la imagen del dios; y no la imagen del grande hombre sacrificado por amor de sus semejantes? La distinción es arbitraria y casuística. Un crucifijo sólo será signo religioso para quien crea en la divinidad de aquel á quien en él se representa. El que lo mire con los ojos de la razón—y sin las nubes de un odio que sería inconcebible, por lo absurdo,— no tiene porqué ver en él otra cosa que la representación de un varón sublime, del más alto Maestro de la humanidad, figurado en el momento del martirio con que selló su apostolado y su gloria. Sólo una consideración fanática—en sentido opuesto y mil veces menos tolerable que la de los fanáticos creyentes,— podría ver en el crucifijo, per se, un signo abominable y nefando, donde haya algo capaz de sublevar la conciencia de un hombre libre y
de enconar las angustias del enfermo que se revuelve en el lecho del dolor.
¿Por qué el enfermo librepensador ha de ver en el crucifijo más de lo que él le pone ante los ojos: una imagen que evoca, con austera sencillez, el más sublime momento de la historia del mundo y la más alta realidad de perfección humana ¿Acaso porque ese crucifijo, puesto en manos de un sacerdote, se convierte en signo é instrumento de una fe religiosa?
Pero no es en manos de un sacerdote donde le verá, sino destacándose inmóvil sobre la pared desnuda, para que su espíritu lo refleje libremente en la quietud y desnudez de su conciencia...
José Enrique Rodó, Liberalismo y jacobinismo, 1906 (versão online )